Estando en París, el periodista argentino Felix Frías viajó a Boulogne Sur Mer a visitar al general San Martín, pero llegó cuando ya se había producido su fallecimiento.
Esto es lo que escribió:
“Cumplo hoy con el doloroso deber de comunicar a ‘El Mercurio’ la más triste noticia que pueda transmitirse a las repúblicas de la América del Sud, la muerte del general don José de San Martín.

En la noche del 17 salí para el puerto de Boulogne acompañado por un compatriota, con el objeto de visitar al ilustre enfermo, cuya salud se hallaba en estado alarmante, como anuncié usted el mes pasado.
En la mañana del siguiente día supimos la noticia de su muerte, acaecida el mismo día de nuestra partida.
Don Mariano Balcarce, esposo de la noble hija del general, nos refirió con el corazón destrozado por el dolor y bañados los ojos en lágrimas, sus últimos momentos:
El 17 el general se levantó sereno y con las fuerzas suficientes para pasar a la habitación de su hija, donde pidió que le leyeran los diarios, que el estado de su vista no le permitía desde mucho tiempo leer por sí mismo.
Hizo poner rapé en su caja para convidar al médico que debía venir más tarde, y tomó algún alimento.
Nada anunciaba en su semblante ni en sus palabras el próximo fin de su existencia.
El médico le había aconsejado que trajera a su lado una hermana de caridad, a fin de ahorrar a su hija las fatigas ya tan prolongadas de sus cuidados, y a fin de que el mismo enfermo tuviera más libertad para pedir cuanto pudiera necesitar, lo que a veces no hacía por no molestar a su hija.
Esta señora no quería ceder a nadie el privilegio, tan grato para su amor filial, y de que disfrutó hasta el último instante, de asistir a su padre en su penosa enfermedad.
El señor Balcarce salió en la mañana del mismo día a hacer esa diligencia, acompañado por don Javier Rosales, a quien comunicó las esperanzas que abrigaba en el restablecimiento del general y su proyecto de hacerle viajar; tan lejos estaba de prever la desgracia que le amenazaba, y tanta confianza le inspiraba el estado de ese día y los anteriores de su padre.
El señor Rosales procuró disipar esas ilusiones que podían hacer más sensible el golpe que él consideraba inmediato, y sus tristes predicciones no tardaron por desgracia en realizarse.
Después de las 2 de la tarde el general San Martín se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos al estómago. El doctor Jardon, su médico, y sus hijos estaban a su lado.
El primero no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los precedentes.
En efecto, los dolores calmaron, pero repentinamente el general, que había pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento convulsivo, indicando al señor Balcarce con palabras entrecortadas que la alejara, y expiró casi sin agonía.
Es más fácil comprender que explicar la aflicción de sus hijos, en presencia de esa muerte tan súbita e inesperada.
Algunos días antes el general se sintió atormentado en la noche por sus dolores, tomó una dosis de opio mayor que la prescripta para calmarlos y en la mañana siguiente apareció moribundo.
Las aplicaciones de sinapismos lograron reanimarlo, pero vino luego una reacción con fiebre violenta, que entiendo ha influido en su muerte imprevista, a pesar de las engañosas apariencias de mejoría que se notaron en los 4 últimos días.
En la mañana del 18 tuve la dolorosa satisfacción de contemplar los restos inanimados de este hombre cuya vida está escrita en páginas tan brillantes de la historia americana.
Su rostro conservaba los rasgos pronunciados de su carácter severo y respetable.
Un crucifijo estaba al lado del lecho de muerte.
Dos hermanas de caridad rezaban por el descanso del alma que abrigó aquel cadáver.
Bajé enseguida a una pieza inferior, dominando los sentimientos religiosos que solevantan en el corazón del hombre más incrédulo al aspecto de la muerte.
Un reloj de cuadro negro, colgado en la pared, marcaba las horas con un sonido lúgubre, como el de las campanas de la agonía, y este reloj se paró aquella noche a las 3, hora en que había expirado el general San Martín.
¡Singular coincidencia! El reloj del bolsillo del mismo general se detuvo también en aquella última hora de su existencia".
IMAGEN: De una pared de la habitación de Mercedes, cerca del lecho, cuelga un reloj de madera. Cuando el Estado argentino adquirió esta casa se encontró allí mismo ese reloj con las agujas marcando las 3, hora de la muerte de San Martín. Por eso se estima que es el único elemento en el museo allí existente que perteneció al Libertador.